LA
MORALIDAD DEL ACTO HUMANO
El acto humano no es una estructura simple,
sino integrada por elementos diversos. ¿En cuáles de ellos estriba la moralidad
de la acción? La pregunta anterior, clave para el estudio de la ciencia moral,
se responde diciendo que, en el juicio sobre la bondad o maldad de un acto, es
preciso considerar:
a) el
objeto del acto en sí mismo,
b) las
circunstancias que lo rodean, y
c) la
finalidad que el sujeto se propone con ese acto.
Para dictaminar la moralidad de cualquier
acción, hay que reflexionar antes sobre estos tres aspectos.
EL OBJETO
El objeto constituye el dato fundamental: es
la acción misma del sujeto, pero tomada bajo su consideración moral.
Nótese que el objeto no es el acto sin más,
sino que es el acto de acuerdo a su calificativo moral. Un mismo acto físico
puede tener objetos muy diversos, como se aprecia en los ejemplos siguientes:
ACTO
OBJETOS DIVERSOS
Matar:
asesinato, defensa propia, aborto, pena de muerte. Hablar: mentir, rezar, insultar,
adular, bendecir, difamar, jurar, blasfemar.
La moralidad de un acto depende
principalmente del objeto: si el objeto es malo, el acto ser necesariamente
malo; si el objeto es bueno, el acto ser bueno si lo son las circunstancias y
la finalidad.
Por ejemplo, nunca es lícito blasfemar,
perjurar, calumniar, etc., por más que las circunstancias o la finalidad sean
muy buenas.
Si el objeto del acto no tiene en sí mismo
moralidad alguna (p. ej., pasear), la recibe de la finalidad que se intente (p.
ej., para descansar y conservar la salud), o de las circunstancias que lo
acompañan (p. ej., con una mala compañía).
La Teología Moral enseña que, aun cuando
pueden darse objetos morales indiferentes en sí mismos ni buenos ni malos, sin
embargo, en la práctica no existen acciones indiferentes (su calificativo moral
procede en este caso del fin o de las circunstancias). De ahí que en concreto
toda acción o es buena o es mala.
LA
FINALIDAD
La finalidad es la intención que tiene el
hombre al realizar un acto, y puede coincidir o no con el objeto de la acción.
No coincide, p. ej., cuando camino por el
campo (objeto) para recuperar la salud (fin). Si coincide, en cambio, en aquel
que se emborracha (objeto) con el deseo de emborracharse (fin).
En
relación a la moralidad, el fin del que actúa puede influir de modos diversos:
a) si el
fin es bueno, agrega al acto bueno una nueva bondad (p. ej., oír Misa -objeto
bueno- en reparación por los pecados -fin bueno-);
b) si el
fin es malo, vicia por completo la bondad de un acto (p. ej., ir a Misa -objeto
bueno- sólo para criticar a los asistentes -fin malo-);
c) cuando
el acto es de suyo indiferente el fin lo convierte en bueno o en malo (p. ej.,
pasear frente al banco -objeto indiferente- para preparar el próximo robo -fin
malo-);
d) si el
fin es malo, agrega una nueva malicia a un acto de suyo malo (p. ej., robar
-objeto malo- para después embriagarse -fin malo-);
e) el fin
bueno del que actúa nunca puede convertir en buena una acción de suyo mala.
Dice San Pablo: no deben hacerse cosas malas para que resulten bienes (cfr.
Rom. 8,3); (p. ej., no se puede jurar en falso -objeto malo- para salvar a un
inocente -fin bueno-, o dar muerte a alguien para liberarlo de sus dolores, o
robar al rico para dar a los pobres, etc.).
LAS CIRCUNSTANCIAS
A. Noción
Las circunstancias (circum-stare = hallarse
alrededor) son diversos factores o modificaciones que afectan al acto humano.
Se pueden considerar en concreto las siguientes (cfr. S. Th. I-II, q. 7, a. 3):
1) quién
realiza la acción (p. ej., peca más gravemente quien teniendo autoridad da mal
ejemplo);
2) las
consecuencias o efectos que se siguen de la acción (un leve descuido del médico
puede ocasionar la muerte del paciente);
3) qué
cosa: designa la cualidad de un objeto (p. ej., el robo de una cosa sagrada) o
su cantidad (p. ej., el monto de lo robado);
4) dónde:
el lugar donde se realiza la acción (p. ej., un pecado cometido en público es
más grave, por el escándalo que supone);
5) con qué
medios se realizó la acción (p. ej., si hubo fraude o engaño, o si se utilizó
la violencia);
6) el modo
como se realizó el acto (p. ej., rezar con atención o distraídamente, castigar
a los hijos con exceso de crueldad);
7) cuándo
se realizó la acción, ya que en ocasiones el tiempo influye en la moralidad (p.
ej., comer carne en día de vigilia).
B. Influjo
de las circunstancias en la moralidad
Hay circunstancias que atenúan la moralidad
del acto, circunstancias que la agravan y, finalmente, circunstancias que
añaden otras connotaciones morales a ese acto. Por ejemplo, actuar a impulso de
una pasión puede -según los casos- atenuar o agravar la culpabilidad. Insultar
es siempre malo: pero insultar a un semejante es mucho menos grave que insultar
a una persona enferma.
Es claro que en el examen de los actos
morales sólo deben tenerse en cuenta aquellas circunstancias que posean un
influjo moral. Así, p. ej., en el caso del robo, da lo mismo que haya sido en
martes o en jueves, etc.
1)
Circunstancias que añaden connotación moral al pecado, haciendo que en un solo
acto se cometan dos o m s pecados específicamente distintos (p. ej., el que
roba un cáliz bendecido comete dos pecados: hurto y sacrilegio). La
circunstancia que añade nueva connotación moral es la circunstancia “qué cosa”,
en este caso la cualidad del cáliz, que estaba consagrado (de robo se muda en
robo y en sacrilegio).
2)
Circunstancias que cambian la especie teológica del pecado haciendo que un
pecado pase de mortal a venial o al contrario (p. ej., el monto de lo robado
indica si un pecado es venial o mortal).
3)
Circunstancias que agravan o disminuyen el pecado sin cambiar su especie (p.
ej., es más grave dar mal ejemplo a los niños que a los adultos; es menos grave
la ofensa que procede de un brote repentino de ira al hacer deporte, etc.).
DETERMINACION DE LA MORALIDAD DEL ACTO HUMANO
El
principio básico para juzgar la moralidad es el siguiente:
Para que una acción sea buena, es necesario
que lo sean sus tres elementos: objeto bueno, fin bueno y circunstancias
buenas; para que el acto sea malo, basta que lo sea cualquiera de sus elementos:
el bien nace de la rectitud total; el mal nace de un sólo defecto.
La razón es clara: estos tres elementos
forman una unidad indisoluble en el acto humano, y aunque uno solo de ellos sea
contrario a la ley divina, si la voluntad obra a pesar de esta oposición, el
acto es moralmente malo.
LA RECTA COMPRENSION DE LA LIBERTAD
Una de las notas propias de la persona
-entre todos los seres visibles que habitan la tierra sólo el hombre es
persona- es la libertad. Con ella, el hombre escapa del reino de la necesidad y
es capaz de amar y lograr méritos. La libertad caracteriza los actos
propiamente humanos: sólo en la libertad el hombre es “padre” de sus actos.
En ocasiones puede considerarse la libertad
como la capacidad de hacer lo que se quiera sin norma ni freno. Eso sería una
especie de corrupción de la libertad, como el tumor cancerígeno lo es en un
cuerpo. La libertad verdadera tiene un sentido y una orientación:
La libertad es el poder, radicado en la
razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de
ejecutar por sí mismo acciones deliberadas (Catecismo de la Iglesia Católica,
n. 1731).
La libertad es posterior a la inteligencia y
a la voluntad, radica en ellas, es decir, en el ser espiritual del hombre. Por
tanto, la libertad ha de obedecer al modo de ser propio del hombre, siendo en él
una fuerza de crecimiento y maduración en la verdad y la bondad. En otras
palabras, alcanza su perfección cuando se ordena a Dios.
“Hasta que no llega a encontrarse
definitivamente con su bien último que es Dios, la libertad implica la
posibilidad de elegir entre el bien y el mal, y por tanto de crecer en
perfección o de flaquear y pecar. Se convierte en fuente de alabanza o de
reproche, de mérito o de demérito” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1732).
A la libertad que engrandece se llama libertad
de calidad. Esa libertad engrandece al hombre, por ser en conformidad con la
naturaleza, que no debemos entender como una inclinación de orden biológico,
pues concierne principalmente a la naturaleza racional, caracterizada por la
apertura a la Verdad y al Bien y a la comunicación con los demás hombres. En
otras palabras, la libertad de calidad es posterior a la razón, se apoya en
ella y de ella extrae sus principios. Es la libertad que no está sujeta a norma
ni a freno, aquella que postula la autonomía de la indeterminación. Un
libertinaje ilusorio e inabarcable, pero destructivo del hombre y su felicidad.
El bien
procede de la integridad de las condiciones, es por la causa entera, mientras
que el mal resulta de la falta de una sola de ellas. Es decir, que para que un
acto sea bueno es necesario que concurran todos los factores de la moralidad, a
saber, la bondad del objeto, la rectitud de la intención y la conveniencia de
las circunstancias. Para que un acto sea malo basta o bien que su contenido
objetivo sea reprensible o bien que el fin que se persigue a través de éste no
sea honesto, o también que las circunstancias no sean del todo apropiadas.
Sucede
frecuentemente -afirma Santo Tomás de Aquino- que el hombre actúe con buena
intención, pero sin provecho espiritual porque le falta la buena voluntad. Por
ejemplo, si una persona roba para ayudar a los pobres, si bien la intención es
buena, falta la rectitud de la voluntad porque las obras son malas.
Concluimos
que la buena intención no autoriza a hacer ninguna obra mala. El fin no
justifica los medios. Un fin subjetivo, aunque sea bueno, no justifica el uso
de medios intrínsecamente malos para conseguirlo. No está permitido hacer el
mal para obtener un bien. Así, por ejemplo, no se puede justificar la condena
de un inocente como un medio legítimo para salvar al pueblo.
Por tanto,
el acto es bueno si su objeto es conforme con el bien de la persona en el
respeto de los bienes moralmente relevantes para ella. Si el objeto de la
acción concreta no está en sintonía con el verdadero bien de la persona, la
elección de tal acción hace moralmente mala a nuestra voluntad y a nosotros
mismos y, por consiguiente, nos pone en contradicción con nuestro fin último,
el bien supremo, es decir, Dios mismo.
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