martes, 16 de julio de 2013

EGOÍSMO 9°

EGOÍSMO
Podría decirse que los egoístas típicos son personas egocéntricas, des-consideradas, insensibles, carentes de principios, implacables autoengrandecedores, personas que persiguen las cosas buenas de la vida a cualquier precio para los demás, que sólo piensan en sí mismas o que, si piensan en los demás, lo hacen sólo como medio para sus propios fines.
Quizás esta caracterización sólo sea aplicable a los egoístas exagerados e implacables pero, sea cual sea su nivel o grado, el egoísmo supone poner el propio bien, interés y provecho por encima del de los demás. Pero esto no parece ser todo: sin duda yo no soy egoísta sólo porque me preocupe más por mi propia salud que por la suya. Ni mi egoísmo aumenta y decrece exactamente en proporción al número de casos en que me favorezco sobre los demás. Más bien, lo que me convierte en egoísta parece depender de un rasgo especial de los casos en que así me comporto.
EL EGOÍSMO PSICOLÓGICO
Es una teoría explicativa según la cual todos somos egoístas en el sentido de que nuestros actos siempre están motivados por la preocupación por nuestro mejor interés o mayor bien.
Es la pauta motivacional de las personas cuya conducta motivada concuerda con un principio, a saber, el de hacer todo aquello y sólo aquello que protege y promueve el propio bienestar, satisfacción, el mejor interés, la felicidad, prosperidad o máximo bien, bien por indiferencia hacia el de los demás o porque, cuando choca con éste, estas personas siempre se preocupan más por el propio bien que por el de los demás (hay diferencias importantes entre estos fines, pero aquí podemos ignorarlas). Para ser un «egoísta» semejante, uno no tiene que aplicar conscientemente este principio cada vez que actúa; basta con que su conducta voluntaria se adecué a esta pauta.
Sin embargo, la evidencia empírica disponible parece refutar incluso este egoísmo psicológico como mera motivación de la conducta. Muy frecuentemente muchas personas normales parecen preocuparse no por su mayor bien sino por conseguir algo que saben o creen que va en detrimento suyo.
Por otro lado, muchas explicaciones no egoístas de la conducta de alguien son sospechosas. Como la conducta egoísta es objeto de desaprobación moral, las personas pueden desear ocultar su verdadera motivación egoísta y convencernos de que en realidad su conducta no tuvo una motivación egoísta. Con frecuencia somos capaces de desenmascarar estas explicaciones no egoístas por hipócritas o al menos fruto del autoengaño. En este punto, un egoísta psicológico puede objetar que toda la conducta supuestamente no egoísta es en realidad egoísta. Pues después de todo, en ejemplos como los indicados, la persona hizo lo que realmente más deseaba hacer.
EL EGOÍSMO RACIONAL Y ÉTICO
Estas concepciones sostienen, como si fuese evidente de suyo o algo que las personas decidirían con sólo conocerlo, que el fomentar el mayor bien de cada cual siempre concuerda con la razón y la moralidad.
Ambos ideales tienen una versión más fuerte y una más débil.
EGOÍSMO RACIONAL
Egoísmo racional fuerte: afirma que siempre es racional (prudente, razonable, respaldado por la razón), aspirar al máximo bien de cada cual, y nunca racional no hacerlo.
La versión más débil: afirma que siempre es racional aspirar al máximo bien de cada cual, pero no necesariamente nunca racional ni correcto no hacerlo.
Tendemos a pensar que cuando hacer algo no parece ir en nuestro interés, el hacerlo exige justificación y demostrar que realmente va en nuestro interés después de que algo proporcione esa justificación.
EGOÍSMO ÉTICO
Egoísmo ético: siempre correcto (moral, elogiable, virtuoso) aspirar al máximo bien de cada cual, y nunca correcto,  no hacerlo.
La versión más débil: afirma que siempre aspirar es correcto al máximo bien de cada cual,  pero no necesariamente nunca racional ni correcto no hacerlo.

Las exigencias morales son sólidas y pueden aceptarse si, al cumplirlas, el agente aspira a su máximo bien.